jueves, 10 de diciembre de 2009

El lado oscuro de la luna

El lado oscuro de la luna
Un ensayo bárbaro


Pensamiento Político Argentino
Cátedra Horacio González


Santiago Lingurini


Universidad de Buenos Aires
Año 2009






Nunca dejamos de ser colonia.
Nos independizamos, si, de la relación política que manteníamos con el imperio español, allá por mil ochocientos diez. Pero… ¿qué importancia, que trascendencia tiene esta desvinculación administrativa con la metrópoli si la política es una práctica atravesada fuertemente por la actividad económica? Sin duda, es un mar de veces preferible cortarle la cabeza al rey y dejar de ser el títere de Castilla; y ello se lo debemos a los revolucionarios que libertaron nuestra dignidad, Simón Bolívar, José de San Martín… pero, ¿hasta qué punto esta libertad política significa la emancipación del pueblo argentino?
Desde que las primerísimas embarcaciones arribaron a estas tierras, la idea se concibió de manera inmutable: encontrar todo lo que tenga valor y apropiarlo para la corona. Y así fue, durante largos siglos hasta el día de hoy, por más que las investiduras de aquél imperio hayan mudado de piel. Así fue desde los espejitos de colores hasta el excedente apropiado por la clase capitalista en la relación de capital actual.
Con el pasar del tiempo se fue afianzando en nuestro país un modelo económico omnipotente: la idea era que nosotros vendíamos los frutos de nuestra ‘pachamama’ (‘madre tierra’ para los quechuas y los aymaras) a los dueños del mundo, y los países mas poderosos del globo nos suministraban manufacturas, esto es, productos ya valorizadas por el trabajo humano. La historia fue demostrando con el tiempo la desigualdad de este intercambio aparentemente favorable para ambas partes. Pero lo que me trae aquí es la consecuencia política y social de esta forma de concebir la economía.
A partir de esta estructura económica, de la relación carnal entre los imperios y las tierras del Río de la Plata, nació fecunda la más fea hija que los países latinoamericanos pudieron parir: la oligarquía terrateniente. Tras la independencia política de las colonias latinoamericanas es ésta la que se sienta en el nuevo trono de América Latina. Desde la conformación del Estado argentino fue ella la que se hizo cargo de quitar del medio a todos aquellos que impidiesen la implantación del incipiente capitalismo en la región rioplatense. Fue ella la que se enorgullecía de importar, además de las “convenientes” manufacturas extranjeras, las virtuosas y grandilocuentes ideas de civilización y progreso –grandes baluartes del viejo continente- que dieron lugar a la posterior colonización pedagógica –entre otros males- de la que habla Arturo Jauretche .
Dejando a un lado la ineficacia de la oligarquía terrateniente y de la joven burguesía porteña para adornar con tintes democráticos las nuevas instituciones argentinas, lo que impulsa mi escritura es la enorme capacidad de este sujeto para exterminar (con total impunidad, ya que la justicia histórica siempre estuvo a cargo de ella) a todo aquél se interponga en sus intereses. Lo hizo con el indígena -concretando uno de los más grandes genocidios que pudo llevar a cabo el género humano-, con el gaucho, persiguiéndolo, destruyendo su identidad y lo hizo con el subversivo, sin importarle si éste era obrero, intelectual o cura tercermundista.
Juan Domingo Perón fue el primer gobernante que tuvo la voluntad política para cortar el lazo imperialista y acabar con la hegemonía económica de la oligarquía. (La etapa industrializadora que comienza en los treinta fue producto de la coyuntura internacional, no un intento convincente por industrializar la nación). Con todo, los tres gobiernos peronistas (verdaderamente peronistas) del siglo pasado, no pudieron dar fin a la fuerza que tal sujeto histórico tiene en éstas latitudes. [Procesos diferentes se están llevando a cabo en Venezuela y Bolivia con las nacionalizaciones de los recursos naturales que tanto Hugo Chávez como Evo Morales decretan en sus respectivos países].
En fin, este ensayo tiene por objeto dar un breve recorrido por los diferentes momentos de la historia en los que éste sector social dispuso la supresión de aquél ‘Otro’ que obstaculizaba la realización de sus fines o que, simplemente, era culturalmente diferente.


Tanto el progreso como la civilización son productos de una misma tierra: Europa. Durante el siglo dieciocho y diecinueve en Europa se cultivaron distintas ideas, todas enmarcadas en un mismo concepto, el de liberalismo. El liberalismo es hijo de la época moderna, en donde el ser humano viene a erigirse como el ente central y omnipotente del cual se desprende ‘todo lo demás’, relegando a un segundo plano –gracias al aporte intelectual de Friederich Nietzsche, por otra parte- al envilecido Todopoderoso. Dentro de este nuevo espíritu de época nace la idea de progreso; idea que mantiene la ferviente convicción de que todo tiende a mejorar, a crecer, a progresar. Con el alma liberal este progreso se emociona al ver la novedosa industria crecer en los suelos de la Europa occidental. El progreso es progreso material. Si bien la ciencia tiene mucho que ver con esta idea ‘progresista’ del crecimiento humano, en todos los tiempos ha estado al servicio del costado material. En todo caso, el progreso es el progreso de los que pueden progresar; el progreso de la burguesía en el viejo continente y de las clases terratenientes del otro lado del charco.


500 años de civilización americana

En el contacto de estas ideas con las nuevas tierras americanas descubiertas a finales del siglo quince es que se produjo una de las más grandes masacres de la humanidad. Los indígenas no eran personas civilizadas. No eran personas siquiera. Según los santos profetas del cristianismo apenas eran animales con algunos rasgos humanizantes. Y como había que extirparles la tierra (su madre, para su cosmovisión) no quedó otra que utilizar la tecnología bélica que el progreso había suministrado, para ni siquiera sudar en la batalla. (No faltaron casos en los que el afán de progreso de los espíritus avaros recomendaba el uso del sable, para no gastar balas en el enemigo indigno ). Como éstos seres animados no tenían “sentido de la propiedad” (como dijo el general Roca en su momento) había que acabar con su existencia para poder trabajar sin incomodidades la nueva propiedad robada. Se necesitaba dar muerte al bárbaro. La barbarie, como antítesis de cultura (según la ideología civilizatoria-, es extensiva a todo aquél que no diera sentido a los máximos valores del vivir occidental. Por lo tanto, el indígena, al no saber de propiedad ni emprender la misma relación que el europeo con la naturaleza, es apremiado con el bárbaro concepto de barbarie.
Pero el colonizador tarde se dio cuenta que una vez exterminados los animales balbuceantes no había manos para trabajar la tierra. Fue por eso que, con el correr de los siglos, junto a los españoles ya afincados como nuevos rioplatenses en la región, y a los pocos indígenas que subsistieron al exterminio, trabajaron las manos negras de los esclavos africanos. Sin embargo los ‘indios’, como los llamaban y siguen llamando hoy en día, tenían una característica que los inadaptaba a la nueva forma de trabajo que proponía el español. No eran dóciles. No se subyugaban al “conquistador”. Su antigua forma de vida los hacía rebeldes por naturaleza ante la nueva forma de opresión que se les pretendía imponer. Y es en el afán civilizador del imperio español que hace intervención el genocidio cultural con el que se identifica el cristianismo de la Iglesia católica: no olvidemos jamás, que quede en la memoria de toda América Latina, fue éste el primero de los males con los que se contaminaron nuestras tierras, uno de los rasgos más relevantes de nuestra cultura desde los comienzos de la colonización. De aquí -con Nietzsche-, uno de los elementos históricos que fortalecen la opresión de los menos, debilitando –cada vez más- la vitalidad de los más.
Hoy, tras un siglo y medio de la conformación del Estado nacional, se sigue alabando a Domingo Faustino Sarmiento por su encanto liberal y su promoción de la educación civilizadora de los pueblos, mientras que se deja en el lado oscuro de la historia su labor intelectual para llevar adelante el exterminio de los nativos de nuestras tierras, de aquéllos a quienes realmente les pertenecía –por legitimidad histórica- el uso de las pampas argentinas. Al paso que se masacraban indios se cercaban las nuevas propiedades de la oligarquía terrateniente que germinaba a la misma velocidad de la actual soja de exportación. Hoy, luego de haber derramado la sangre de miles y miles de indígenas sobre la cara de su madre, se sigue cantando en las instituciones escolares el himno a Sarmiento, dejando que siga corriendo esa sangre por las venas abiertas de nuestras tierras (como bien dice nuestro vecino rioplatense Eduardo Galeano). Se puede decir con tranquilidad, que mientras Julio Argentino Roca y sus secuaces fueron los autores materiales, Domingo Faustino Sarmiento (junto a otros tantos) fue el autor intelectual del holocausto indígena. En sus palabras: “Nosotros, empero, queríamos la unidad en la civilización y en la libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud” .
(No viene mal refrescar la etimología de la palabra: ’bárbaro’ es un exónimo peyorativo que procede del griego y su traducción literal es "el que balbucea". Aunque los griegos empleaban el término para referirse a personas extranjeras, que no hablaban el griego y cuya lengua extranjera sonaba a sus oídos como un balbuceo incompresible u onomatopeya -“bar-bar”-, existen escritos que demuestran que puede concebirse a los bárbaros no como "extranjeros", sino como personas que carecían de educación). Pero como dice Carlos Estrada en el Mito Gaucho:


“Daireaux levanta el velo de las leyendas y pone en evidencia las patrañas forjadas acerca de la agresividad y barbarie de los indios durante las campañas del ‘desierto’“. (…) “No era el indio tan negro como lo mostraba la leyenda, ni tan invencible, ni tan audaz, ni su fuerza numérica era tan grande, como lo hacían creer los jefes de la frontera… No era tampoco un verdadero salvaje. Si era rudo como el medio en que vivía, no tenía ningún defecto de naturaleza que le impulsase a crueldades inútiles… Su gran crimen contra la civilización ha consistido en no distinguir entre los animales libres que pueblan la llanura, aquellos que eran ‘res nullius’, de los que eran propiedad privada. ¿Cómo había de comprender lo que los europeos entienden por propiedad? Para él, la propiedad del territorio que ocupa está ligada a la idea de patria; ambas forman una sola cosa y son igualmente sagradas… No comprende estas dos fases de una misma teoría que le son igualmente contrarias. La tierra es su bien, y se la arrebatan; el rebaño es bien ajeno, y no tiene derecho a disfrutarlo.”


Así se construyó, desde el poder, la identidad de ese otro, el indígena, en la falta. El indígena es el sujeto carente de cultura. Por eso debe civilizárselo, domesticarlo, corregirlo, adiestrarlo. No voy a reparar aquí en el debate antropológico acerca de lo que es la cultura y si hay (o no) sujetos con mayor cultura que otros. Voy a dar por sabido que lo esencial es la diversidad cultural, y no hay en este presupuesto mejores o peores culturas, más allá que algunas de ellas utilicen con más frecuencia pensamientos de tipo ‘racional’ mientras que las otras apelen más a menudo a la forma de ser ‘mitológica’ o divina. Considero que frases como “aquellos no tienen cultura” son consecuencia de aquél pensamiento civilizador del siglo diecinueve. Este es el discurso del que se valió Sarmiento como tantos otros estandartes de la civilización argentina. Puede decirse por lo tanto, que según Domingo Faustino a los indígenas les faltaba la educación que él tanto propiciaba y que tantos honores sigue hoy mereciendo en cada bandera izada. Pero así es la historia, y lo mejor que podemos hacer es aprehender de ella; porque debido a la labor intelectual de este tipo de próceres nacionales las históricas tierras indígenas son hoy propiedad privada de terratenientes que las rentan a la burguesía agraria para exportar soja a los países del hemisferio norte. En palabras de Carlos Estrada:


“Daireaux pone, pues, al descubierto con datos concretos y cifras, lo que fue la “conquista del desierto”, fábula “heroica” que se comenzó a tejer desde la época de Rosas para ocultar los verdaderos móviles y fines de esa campaña: el apoderamiento a mano armada de las tierras más feraces de la pampa. Así se erigió el privilegio y bienestar económico de las doscientas familias que constituyeron el semillero de la oligarquía portuaria gobernante, el lastre que, hasta hoy, ha impedido la instauración de una auténtica Argentina, libre y justa.”


Podemos decir, entonces, sin ningún tipo de resquemor, que estas ideas importadas de la Europa de occidente –a la que nuestros estadistas del siglo diecinueve tuvieron como su verdadera madre patria-, las ideas de progreso y de civilización que tantos beneficios y ornamentos traería a la humanidad, no han hecho más que arrojar un saldo mortal en su implementación colonial. Dirá Deodoro Roca hacia mil novecientos treinta: “El hombre social vuelve a sentirse incómodo, desdichado, en medio de una civilización sin igual. ¿Por qué, si casi posee la omnipotencia?”


El gaucho anarquista

El caso del gaucho es diferente. El gaucho nunca supo que era anarquista aunque en su forma de vida era un referente de la práctica libertaria. El gaucho no entendía de leyes ni Estados, no respetaba otra autoridad que no sea la de su conciencia. Sí, por contrario, se conducía con ciertas normas que, en todo caso, dependían de su forma de ser pero que podrían amoldarse en una forma de ser ‘gaucha’.
Con la conformación de un Estado nacional prescriptivamente liberal, la distribución de las tierras saqueadas a los indígenas adquiría la triste forma de propiedad privada; como en el feudalismo –y en su sucedáneo capitalista- la propiedad es un valor sagrado, el gaucho ya no podía galopar en la anarquía del viento. Ya no debía faenar cuanto animal se le interponga si su estómago le reclamaba carne fresca. Ya ni usar el facón en sus tretas para canalizar la violencia con un cimarrón. En todo caso, este tipo de actividades que hacían a su identidad cultural estarían condenadas a la persecución por el nuevo “poder policial” (en su connotación más vaga ésta última palabra) que se erigía detrás de la nueva institución estatal.
Ahora había leyes. Y las leyes hay que respetarlas sino se quiere estar condenado al exilio. En Martín Fierro José Hernández habla con prosa excepcional sobre las epopeyas del gaucho, constituyendo su identidad con una claridad que le hace justicia al mítico sujeto que pobló las inmensas pampas solitarias durante varios siglos. Describiendo su particular modo de ser, Hernández relata con fidelidad la nómade vida del gaucho argentino condenado a la huida solitaria en su intento incansable por no ser un soldado más de la Guardia Nacional y enfilar así hacia una vida plagada de penurias disciplinarias haciendo trabajos de frontera o incluso terminar como peón bajo el mando de algún terrateniente regional. Es por ello que se lo persiguió; es por ello que se lo secuestró hasta poder domarlo como a un potrillo salvaje y poder incrustarlo en el Ejército para combatir en los frentes de batalla o con el objetivo de perseguir y exterminar a los otros indomables, sus vecinos, los indígenas.
Con todo, muchos de los gauchos a lo largo y ancho de todo el territorio argentino murieron, junto a los negros (esclavos) que se había traído para trabajar la tierra y participar de las batallas, en la guerra contra Paraguay o en las batallas entre unitarios y federales durante la segunda mitad del siglo diecinueve. Hoy ya no quedan negros de esa época en Argentina, aunque mucho de ellos –los que sobrevivieron a su esclavitud- fueron enviados a nuestro vecino Oriental, es por ello que el Uruguay guarda entre su población una minoría negra.

Así, el gaucho y el indígena “desaparecieron” por pensar y actuar diferente. Conformaron el amplio espectro social argentino de esos sujetos “otros”, exteriores al ‘verdadero ser argentino’ promovido desde el poder, y por ello la oligarquía terrateniente (emperatriz del coliseo argentino que levanta o baja el pulgar según su instinto elija) decidió eliminar sus identidades. Fue entonces que los liberadores valores de la civilización y el progreso europeos suministraron el soporte teórico e intelectual para legitimar el exterminio de la “barbarie argentina” suprimiendo física y culturalmente la diversidad de la existencia en nuestra nación, favoreciendo la floreciente ‘acumulación originaria’ de los nuevos terratenientes del poder dominante en la “República” Argentina.
Ahora, tras un siglo y medio de poderío estatal vemos que la idea civilizatoria no ha traído grandes felicidades al pueblo argentino. Disiento con Leopoldo Lugones cuando en El Payador dice: “La civilización como forma de actividad humana es una marcha hacia el bien materializado en mejoras físicas y morales…” . Lejos hemos quedado de esos objetivos. Tal vez si hubiésemos aprendido un poco de nuestros pueblos originarios en lo que hace a su relación con la naturaleza hoy no estaríamos sufriendo las consecuencias del cambio climático producto del desmesurado avance de la técnica. Es interesante leer las palabras de Carlos Estrada hablando del carácter civilizatorio de los “conquistadores” durante la campaña al desierto:

“Además, en lo que al verdadero significado ‘moral’ y crematístico de la ‘conquista al desierto’ atañe, hay que tener muy en cuenta que los conquistadores –indios de pelambre rubio- poseían la misma voracidad y sordidez propias de la infrahumanidad española, de que provenían. La culminación de esa campaña fue el comienzo de la época más ominosa e ignominiosa de la vida argentina. Aparece una generación que no tuvo conciencia de su barbarie y que, por lo mismo, no pudo salir de ella. (…) El unicato roquista constituyó la gran vergüenza nacional, pues durante esos treinta años se programó y consumó la entrega del país al amo extranjero. Fue una época en que para los indios de pelambre rubio, el país tuvo el honor de ser ‘granja de Inglaterra`.”


El subversivo y su verdugo imperialista

Tras el impulso industrialista de los años treinta fue conformándose en la periferia de los núcleos urbanos una enorme masa de trabajadores asalariados. Con el advenimiento del los gobiernos peronistas estos trabajadores comenzaron a concretar sus esperanzas de una vida digna, a la vez que las políticas tendían a beneficiar al sector industrial en detrimento del modelo agroexportador (la institución del IAPI es un claro ejemplo de la nueva política económica de Perón). Con todo, la oligarquía terrateniente entendía estaban siendo amenazados sus intereses de clase, que estaba perdiendo su hegemonía –aunque no su poder dominador, como dice Antonio Gramsci- por lo que, afín a sus costumbre golpista iniciada en mil novecientos treinta, no le fue difícil planear una nueva avalancha antidemocrática que echara por tierra la ilusión de millones de personas que soñaban con una vida mejor. Fue así que con la “Revolución Libertadora” (liberando sólo a los históricos grupos dominantes) concluía la primera etapa peronista de la Argentina. Lo que sigue es una larga proscripción y postergación del proyecto peronista en la cual fue moneda corriente el uso sistemático de la violencia por parte de los gobiernos dictatoriales que no sintieron ningún tipo de escalofríos al llevar a cabo fusilamientos a todo aquél que pensara diferente. Terrible evidencia periodística la de Rodolfo Walsh en su Operación Masacre cuando tiempos del levantamiento del General Valle.
Con la Revolución cubana y un contexto internacional marcado por la Guerra Fría, las estrategias de los pueblos movilizados por un futuro mejor fue fácilmente tildada de subversiva. Y así se creó un nuevo sujeto histórico pasible de ser aniquilado. El peronista se convirtió de la noche a la mañana en el subversivo.
El determinante carácter colonial de nuestra nación se vio claramente expresado en las Doctrinas de Seguridad Nacional y los Planes Cóndor que sufrió toda Latinoamérica desde los años sesenta en adelante. Mientras que la ‘Doctrina de la Seguridad Nacional’ es la estrategia utilizada por el gobierno de los Estados Unidos tendientes a definir las acciones que las fuerzas armadas de los países latinoamericanos deberían llevar adelante para suprimir la subversión en América Latina, con el fin de combatir aquellas ideologías, organizaciones o movimientos que, dentro de cada país, pudieran favorecer o apoyar al comunismo en el contexto de la Guerra Fría, legitimando la toma del poder por parte de las fuerzas armadas y la violación sistemática de los derechos humanos, el ‘Plan Cóndor’ es el nombre con el que es conocido el plan de coordinación de operaciones de las cúpulas de los gobiernos dictatoriales del Cono Sur de América -Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia- entre sí y con la CIA de los EE.UU., llevada a cabo en las décadas de mil novecientos setenta y ochenta. Esta evidencia del coloniaje expresada en el “miedo a lo rojo” enmarcada en la Doctrina Truman, se tradujo en la persecución, la vigilancia, la detención, en interrogatorios con utilización de la tortura (técnicas imitadas de los ‘escuadrones de la muerte’ franceses durante los intentos de liberación del pueblo argelino en la Batalla de Argel), en la desaparición o muerte de personas consideradas como subversivas del orden instaurado. El Plan Cóndor promovido por la inteligencia norteamericana se constituiría en una organización clandestina internacional para la práctica del terrorismo de Estado generado como resultado el asesinato y desaparición de decenas de miles de opositores a las dictaduras regionales.
Si bien el miedo al comunismo tuvo como prioridad de los paladines del terror a los partidos de izquierda tradicionales como los son el comunista o socialista, en la especificidad de cada cultura latinoamericana el sujeto revolucionario adquirió una identidad particularmente única de acuerdo con el desarrollo de los procesos políticos que precedieron a los golpes militares. Mientras que en Chile los destinatarios del terror pinochetista fueron por lo general allendistas, en nuestro país lo eran peronistas; aunque también fueron perseguidos y asesinados individuos que no tenían participación política alguna con los movimientos organizados, como también sujetos que no eran de ideología estrictamente peronista, como los integrantes del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) u otras corrientes ideológicas con participación armada, o sin ella.
No olvidemos jamás que quienes hoy salen a pedir ‘mano dura’ ante la sensación (potenciada mediáticamente) de inseguridad son quienes apoyaban la dictadura de Videla, Galtieri y Massera. No olvidemos que la Sociedad Rural, la institución que conglomera al grupo económicamente dominante, fue la que financiaba –junto con la Secretaría de Asuntos Exteriores norteamericana- las balas y el combustible de los aviones represores que arrojaron a las aguas del Rio de la Plata a nuestros desaparecidos, tiñendo las aguas marrones de sangre que todavía hoy seguimos derramando en forma de lágrimas.


Pensamientos sobre el siglo nuevo

Estamos viviendo un período histórico para nuestro país. Por primera vez desde la vuelta a la democracia ocupa el gobierno un grupo de personas que podría identificárselas sin mayores dificultadas con el “verdadero” peronismo –si es que se me permite hacer distinción entre verdadero y falso peronismo-. (Elijo eludir aquí el debate sobre lo que fue el gobierno de Carlos Saúl Menem porque me parece evidente la distancia que había entre la práctica política y la que llevó adelante Perón en sus primeros dos períodos). Luego de más de treinta años de neoliberalismo colonial el pueblo se dio la posibilidad de elegir gobernantes que pretendan una re-industrialización de la economía -generando formas de trabajo que tiendan a quebrar la lógica del capital, como pueden ser las cooperativas, y que tienen en su espíritu un fuerte carácter igualitarista que buscan combatir la desigualdad imperante tras los “años dorados” de la etapa neoliberal-, con todas las consecuencias políticas y sociales que ello implica (generación de fuentes de empleo, fortalecimiento de la industria nacional, mayor independencia respecto los productos importados de los países centrales). Esto trae aparejado un cambio en la relación de fuerzas entre la oligarquía terrateniente (tanto la conservadora extranjerizante como la “patriota” –si es que la hay-) y los demás grupos de poder nacionales, como lo son la incipiente burguesía industrial y el sector financiero, aunque muchas de las veces estos tres sectores de poder estén entrelazados. ¿Qué quiero decir con esto? Que por más que el capitalismo no se acabe por tener un gobierno ideológicamente peronista, el grupo económica y políticamente dominante a lo largo de toda la historia argentina, la oligarquía terrateniente, está perdiendo su fuerza relativa; si bien no estamos atravesando procesos de expropiación de las tierras de este grupo social, por lo que su poder absoluto continúa intacto, están acrecentando su capacidad económica sectores industriales que desde los setentas hasta hoy habían sido socavados.
(Quedará plasmada en la historia nacional la fuerza de la oligarquía terrateniente en nuestro país cuando la mayor fuerza política del país –en actual ejercicio de gobierno nacional- no pudo siquiera imponerle un impuesto que reduzca sus magníficas tasas de ganancia producto de la exportación sojera, recién iniciado el siglo veintiuno.)
Ahora bien, esta situación no contiene un carácter positivo en sí misma. Sólo puede observársela con buen humor teniendo en cuenta las aberraciones que ha llevado acabo la oligarquía golpista a lo largo de la historia de nuestro país. Pero no debe contentarnos la posible dominación del nuevo aspirante industrial, aunque estemos intentando sepultar al antiguo verdugo. Es el pueblo quien debe gobernarse así mismo y tomar la posta de su futuro si pretende liberarse de las cadenas que contienen su real emancipación; es él quien tiene la responsabilidad que conlleva la soberanía y su autodeterminación sin aceptar las recetas extranjeras que lo único que pretenden es fortalecer la uniformidad cultural y el afán de lucro.
En cuanto a los medios de comunicación, la actual Ley de Medios Audiovisuales tiene dos elementos positivos: el primero de ellos es el de democratizar, aunque sea comparativamente con la Ley de Radiodifusión de la última dictadura, el espacio comunicacional con el fin de que tengan acceso a él otros sujetos sociales además de los empresarios capitalistas que oprimen al pueblo argentino; por otro lado, el segundo elemento tiene que ver con el conflicto que se generó entre el Grupo Clarín y el gobierno nacional. Tal conflicto, por sí mismo da cuenta de la existencia de intereses que hay detrás de las empresas de la información; esto no hace más que evidenciar el carácter subjetivo de todo tipo de información poniendo en juicio la idea hegemónica de la información objetiva como fin de la verdad periodística. Tal democratización del espacio comunicativo tiende a favorecer las condiciones para debilitar el poder de los monopolios mediáticos (que últimamente se vio –durante el conflicto por los aranceles de exportación sojera-, favorecen a los grupos dominantes de la clase terrateniente, tanto nacional como extranjera). Es innegable la importancia que los medios masivos de comunicación ejercen sobre la política; de ello da cuenta la historia de la prensa en nuestro país que ha aportado lo suyo a derrocar varios gobiernos, desde el de Rosas hasta los aires destituyentes de la prensa monopólica actual. Es por ello que hoy los medios de comunicación son una trinchera fundamental en la batalla hacia la liberación del pueblo.
En lo que al espacio educativo hoy seguimos luchando por las proclamas de la reforma universitaria que tan enfáticamente –con una capacidad literaria y poética deslumbrante- anuncia Deodoro Roca en el Manifiesto liminar de la Reforma Universitaria de mil novecientos dieciocho. A casi un siglo de aquellos años seguimos buscando una universidad que le abra las puertas al pueblo, continuamos luchando por la independencia ideológica y cultural que tiende a extranjerizar el conocimiento como si las verdades del mundo fueren las que se encuentran en Europa o Estados Unidos; no dejamos de trabajar para que los nuevos saberes que construyamos colectivamente sirvan de impulso libertario para la emancipación espiritual y material de nuestros pueblos.
Por otro lado, se están llevando a cabo los juicios a los genocidas de la última dictadura militar. La trascendencia de esta actitud política podrá verse con mayor claridad en el paso del tiempo ya que se está haciendo justicia en una herida que nos ha marcado por el resto de nuestra historia.
No soy peronista ni kirchnerista, pero considero que es preciso entender la trascendencia del período histórico que estamos atravesando y por ello enfatizo el significado intensamente positivo que tiene este momento para la historia de nuestro país. Como diría Antonio Gramsci, la Argentina ha comenzado un nuevo bloque histórico que nos encomienda la tarea de socavar los cimientos de la dominación de la oligarquía terrateniente. Atrás han quedado los años nefastos del neoliberalismo colonizante y es hora de crear las condiciones para que la hegemonía esté del lado del pueblo, como siempre tuvo que haber sido. Sepultada debe quedar la docilidad del pueblo argentino para someterse a los mandamientos de los de arriba (como dice Esteban Echeverría en El Matadero).
Me gustaría terminar este ensayo con las palabras de ese increíble escritor que hacia mil ochocientos setenta decía cosas que, con el peso de la historia posterior, adquieren mayor vigor y hasta contienen una sustancialidad imperativa:

“La palabra ‘progreso’ no se había explicado entre nosotros. Pocos sospechaban que el ‘progreso’ es la ley de desarrollo y el fin necesario de toda sociedad libre; y que Mayo fue la primera y grandiosa manifestación de que la sociedad argentina quería entrar en las vías del progreso.
Pero, cada pueblo, cada sociedad tiene ‘sus leyes o condiciones peculiares de existencia’, que resultan de sus costumbres, de su historia, de su estado social, de sus necesidades físicas, intelectuales y morales, de la naturaleza misma del suelo donde la providencia quiso habitase y viviese perpetuamente.”
(…) “Antes de la revolución todo estaba reconcentrado en el poder público. El pueblo no pensaba ni obraba sin el permiso o beneplácito de sus mandones: de ahí sus hábitos de inercia. Después de la revolución el gobierno se estableció bajo el mismo pie del colonial; el pueblo soberano no supo hacer uso de su libertad, dejó hacer al poder y nada hizo por sí para su bien: esto era natural; los gobiernos debieron educarlo, estimularlo a obrar sacudiendo su pereza.
Nosotros queríamos, pues, que el pueblo pensase y obrase por sí, que se acostumbre poco a poco a vivir colectivamente, a tomar parte en los intereses de su localidad comunes a todos, que palpase allí las ventajas del orden, la paz y del trabajo común; encaminado a un fin común. Queríamos formarle en el ‘partido’ una Patria en pequeño, para que pudiese más fácilmente hacerse idea de la grande abstracción de la Patria nacional; por eso invocamos Democracia.”


Bibliografía


Deodoro Roca; “Manifiesto liminar de la Reforma Universitaria”

Deodoro Roca; periódico “El País, diciembre de 1930”

Rodolfo Walsh; “Operación Masacre”

Leopoldo Lugones; “El Payador”

José Hernández; “Martín Fierro”

Domingo Faustino Sarmiento; “Facundo. Civilización y barbarie”

Osvaldo Bayer; “La Patagonia rebelde”.

Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”

Arturo Jauretche; “Los profetas del odio y la yapa. (La colonización pedagógica)”

Esteban Echeverría; "La cautiva. El matadero. Ojeada retrospectiva"

Carlos Estrada; “El Mito Gaucho”

La sintomatología de la cultura

La sintomatología de la cultura
Un ensayo psicosocial


Materia: Comunicación y cultura política
Cátedra Lutzky
Año 2009

Estudiante: Santiago Lingurini

Universidad de Buenos Aires



A modo de introducción

Siempre me sedujo la relación entre la política y la psicología; y no son muchos los escritores que se proponen entrelazar al psicoanálisis (o cualquier otra corriente dentro del saber psicológico) con la temática estrictamente política. Es por eso que me inscribí en este curso. Y ahora, al haberlo concluido, considero sintomática la carencia de materias que propongan este tipo de análisis. Ignoro si esta situación es causa de una decisión política de las autoridades de la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires o si es un mero descuido respecto del plan de estudios, pero de lo que estoy seguro es el hecho por el cual se subestima, dentro de los espacios políticos, la incidencia de las variables psicológicas. Lo que más preocupa es que este síntoma se traduce en prácticas, prácticas que muchas veces desembocan en fines no deseados; basta con echar un ligero vistazo a los acontecimientos políticos mas relevantes del siglo pasado que dieron cuenta de la hipnosis a la que puede subyugarse toda una sociedad respecto a un líder político o a una idea revolucionaria.
Este ensayo tiene la humilde pretensión de establecer algunos vínculos entre la forma en la que se desenvuelve la política occidental moderna y algunos elementos que proporciona Sigmund Freud por medio de la teoría psicoanalítica. No es un escrito de grandes ambiciones aunque sí disfruta esbozando algunas críticas a nuestras sociedades actuales.
Daré por sentado que no puede hacerse una comprensión exhaustiva de los fenómenos sociales y políticos sin hacer un previo paseo analítico por la psicología y los elementos que la relacionan con la práctica política. La miopía de algunos los hace desdeñar los factores psicosociales a la hora de comprender acontecimientos que involucran fuertemente a la historia de una sociedad, y es allí donde este ensayo desea intervenir para aportar a una comprensión de la realidad social.
Buscaré volcar sobre el papel algunos de los síntomas que observo en la realidad política de nuestra cultura occidental, y de nuestro país en particular, e intentaré entrelazarlos con algunos conceptos que nos suministra el psicoanálisis.
Espero acercarme a la meta que me propongo.






Neoliberalismo, política y medios

Gracias al neoliberalismo del Consenso de Washington desde los años setenta venimos asistiendo a una época que denota la derrota del Estado por su verdugo capitalista, el Mercado. Si bien varios países del subcontinente sudamericano ya han querido revitalizar la omnipotencia estatal, la fuerza del Mercado perdura en las prácticas de todas las sociedades del globo. Y es en este punto donde juega un rol fundamental la comunicación masiva. Los ideólogos del neoliberalismo han comprendido muy bien la fuerza avasalladora de la publicidad televisiva para movilizar a las grandes masas de población hacia los centros comerciales. Esta herramienta comunicativa es un arma esencial en la batalla epocal a la que asistimos entre el poder estatal y el estrictamente económico. Algunos gobiernos a lo largo del siglo veinte han comprendido muy bien la capacidad comunicativa del cubo televisivo y han enfatizado con gran virtud la propaganda política. Ejemplo de ello fue el gobierno de Fidel Castro quien todavía sigue disfrutando las consecuencias políticas de la transmisión ideológica masiva. Sin embargo, ante esta última escalada de los enamorados del capitalismo, la fuerza del Estado se vio sustantivamente debilitada y la propiedad de los medios de comunicación pasó a manos de los grandes poderes económicos nacionales e internacionales que desean movilizar a los multitudinarios rebaños de consumidores hacia los shoppings –panacea de la libertad individual de los que pueden…-.

La televisión como panóptico. El objeto ‘TV’ (te-ve) es visto, pero es él quien nos observa; el que nos ve, nos controla, quien nos dice qué pensar y cómo pensar… Es el mejor invento técnico en la historia de la política: el televisor como instrumento para la masificación del pensamiento, y del pensamiento para la acción. Basta un ejemplo cinemático . Con el fervor consumista iniciado en Estados Unidos hacia los años treinta (tras la crisis de Wall Street), con el fin de reactivar el mercado norteamericano, se saludó el inicio del capitalismo más sangriento: había que llevar a las masas a los centros comerciales y fortalecer el consumo interno, ¿qué se hizo?, el gobierno de este país llamó a un experto en psicoanálisis, Eduard Barneys (el sobrino de Sigmund Freud) para incentivar el consumo del género femenino y saciar los intereses de las grandes industrias tabacaleras y su relación amorosa con la banca financiera. El acto de fumar no gustaba de buena aceptación hasta el momento entre las mujeres y el sobrino Eduard no hizo más que echar mano a algunos elementos de la teoría psicoanalítica para atender la causa que se le había encomendado y derribar así el obstáculo cultural que impedía a las chicas seducir a los hombres con un cigarrillo entre sus manos. “¡Eh aquí el gran poder de la televisión, humanos!”, gritaba el Dios de la publicidad.
Con el tiempo los gobiernos fueros tratando de adiestrar esta capacidad propagandística de la reciente tecnología comunicativa con el objetivo de transmitir sus ideas políticas; el ejemplo más simbólico podemos verlo en las propagandas que interpelan de manera constante al sujeto revolucionario en la televisión cubana desde hace ya varios años. Fue y es para Cuba la televisión un gran objeto de resistencia frente a los intentos imperialistas norteamericanos por derrocar el gobierno socialista de Fidel Castro. Por otro lado, durante los tiempos de la “Doctrina de Seguridad Nacional” (el siniestro plan norteamericano para derrocar a los gobiernos populares en América Latina) la comunicación masiva jugó un rol esencial al momento de aplastar la movilización de los pueblos que apoyaban sus respectivos gobiernos populares, implantando el terror más profundo que un ser humano puede sentir: el temor a la muerte.
¿Qué quiero decir con todo esto? Sólo remarcar la importancia estratégica de la comunicación masiva, la cual cumple una función ideológica fundamental en las sociedades (pos)-modernas. A ello se debe el reciente conflicto en nuestro país producto de la nueva ley de medios audiovisuales donde los monopolios de la información se vieron perjudicados por un gobierno que pretende reforzar el aparato estatal tras un cuarto de siglo neoliberal.


Deseo, hipnosis y contagio

La hipnosis que genera la caja televisiva es ‘espectacular’. La humanidad ha fabricado una tecnología comunicativa brillante, y el capitalismo se valió de ella como herramienta de seducción y generadora de una avasalladora cantidad de necesidades imaginarias que lejos están de ser necesidades reales (quiero decir, fisiológicas, biológicas, naturales). Desde que nacemos somos sujetos deseantes y el capitalismo se paró frente a este Deseo (comprendió con brillante lucidez lo que hay de faltante en el ser humano) y decidió explotarlo, ¿cómo?, creando necesidades donde no las hay y utilizando como megafón la omnipotencia televisiva de la ‘caja boba’. La cultura del consumo individual exagerado en la que vivimos conoce a la perfección el carácter deseantes de los sujetos y explota esta característica a su máximo esplendor; el contagio consumista se expande como la más triste de las pestes medievales poniendo en escena el espectáculo del ser primitivo con todos sus deseos instintuales a flor de piel (exaltación permanente de la sexualidad) y sin ninguna barrera racional que obstaculice su realización. La búsqueda de felicidad se focaliza en el consumo de artículos que tienden al bienestar material y al empobrecimiento espiritual. Pero el espíritu poco interesa aquí mientras no se cierren las puertas de los comercios; la angustia intenta ser aplastada con el nuevo reloj de oro fabricado en Zimbawe.
El individualismo ciudadano también es un síntoma de la cultura política occidental. Es el elemento esencial que debilita la actividad política de la ciudadanía. Fuertemente exaltado por el neoliberalismo desde los años setenta en adelante es la raíz del árbol putrefacto del quehacer político actual, que reduce la actividad política a la emisión periódica de un papel a las urnas en tiempos electorales. La actividad política se delega a los gobernantes, como claramente expresa Guillermo O’ Donnell en su texto sobre las democracias delegativas.


La frustración cultural

El Malestar en la cultura del que habla Freud pone de manifiesto cuantiosos móviles represivos. Hablemos de política unos instantes… Tanto con Rancière como con Lefort, Laclau y Zizeck podemos decir que si hay algún elemento característico de la democracia éste es el conflicto, el litigio, el desacuerdo, o el nombre que mejor nos siente. Si bien sería poco honesto reducir la totalidad de los males de las sociedades “democráticas” contemporánea al capitalismo, cierto es que este sistema -como complejo social, económico, político e ideológico- tiene una cualidad que le es dada de hecho: esta es la división de la sociedad. La sociedad está dividida. ¿Cómo es esto que la sociedad está dividida? Si… hay gente que trabaja y gente que hace trabajar. Esto no es ningún invento novedoso, ni siquiera hace falta leer a Marx para darse cuenta. Como ya sabemos, quienes detentan el poder económico tienen una mayor capacidad de incidencia (para no pecar de determinista) en el ámbito de la política y, por lo tanto, en la producción de leyes que tiendan al beneficio de tal sector (extremadamente minoritario) de la sociedad. Pero lo importante de este brevísimo análisis sociológico es la consecuencia que tales leyes producen en la mayoría restante de la sociedad. ¿Cuántos desacuerdos se evitarían si elimináramos la ley que legitima la propiedad privada? No hace falta una respuesta; sólo queda claro el malestar social que generan algunas normas (coercitivas, por supuesto) para todo un pueblo.
La sociedad esta dividida. No hay sociedad. El contrato social no existe (nunca lo hubo). Fue la gran mentira de la teoría política moderna. Pero el Deseo se transfiere en una búsqueda infatigable para que esa masa amorfa se constituya sin fisuras; para el poder político la multitud se debe suturar con el hilo de la ideología; es aquí donde se ve que “el deseo de la política es totalitario”. No importa si el régimen político se disfraza de democrático o totalitario, el impulso motor de la actividad política es el mismo.
Pero el malestar en la cultura no se reduce a la relación social de capital que se establece entre los sujetos de una sociedad; el litigio se hace extensivo a una enorme cantidad de cuestiones que van desde la cuestión de género, pasando por la represión sexual, hasta la relación que se establece con el sujeto inmigrante. Todo este complejo social conflictivo atraviesa a todos los sujetos de una comunidad de diferentes maneras; y en esto consiste la frustración cultural de la que habla Freud la cual “rige el vasto dominio de las relaciones sociales entre los seres humanos, y ya sabemos que en ella reside la causa de la hostilidad opuesta a toda cultura” y como consecuencia de ella, “si no se compensa económicamente tal defraudación habrá que atenerse a graves trastornos.”


La promesa ideológica

La promesa ideológica es una ‘metapolítica’, una utopía que sacia el deseo imaginario de libertad y suprime todo tipo de represión de la cultura actual. El hecho de que sea un móvil imaginario es lo que hace que tenga la capacidad de perdurar en el tiempo, porque nunca se la puede alcanzar, nunca nos satisface corporalmente. El sujeto tiene la capacidad de imaginar su panacea donde todo es perfecto. Es por ello que tiene la virtud (o la carencia) de ser un objeto no ‘consumible’ permitiendo en consecuencia movilizar al hombre ad eternum, hasta el fin de su vida, si es que logra soportar su carácter irrealizable con el correr del tiempo. En tal situación, el desborde de este tipo de conflictos en el aparato psíquico interno del sujeto puede conducir a situaciones patológicas como la neurosis.
“El deseo de la política es totalitario”. La ideología viene a suturar el espacio abierto que hay en el sujeto deseante brindándonos la posibilidad de la sensación de completud; el poder de las ideas consiste en generar un placer imaginario, calmando así la sed del sujeto en su búsqueda de felicidad (y/ó libertad). Aquel objeto no consumible relaja la presión que ejerce ese mundo exterior que lo rodea, descansando la tensión que habita entre el ‘superyó’ y el ‘ideal del yo’ para el sujeto. Tiene la virtud de inventar un lugar paradisíaco en la imaginación del ser humano aplastando el malestar, destruyendo ese cúmulo de represiones que caracterizan a todo espacio sociocultural. Entonces, la ideología -de manera consciente o inconsciente-, funciona como un ‘mecanismo psíquico de protección’.

“Ante situaciones de máximo sufrimiento se ponen en función determinados mecanismos psíquicos de protección. (…) Comprobóse así que el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales.”

En este sentido podemos decir que el desplazamiento de los instintos por medio del mecanismo de sublimación es un proceso psíquico habitual que tiende a desplazar (válida es la redundancia) los instintos hacia actividades psíquicas superiores. Aquí se hace evidente la simultaneidad existente en entre el proceso al que se enfrenta la evolución libidinal del individuo con la cultura:

“Otros instintos son obligados a desplazar las condiciones de su satisfacción, a perseguirla por distintos caminos, proceso que en la mayoría de los casos coincide con el bien conocido mecanismo de la `sublimación` (de los fines instintivos), mientras que en algunos puede ser distinguido de ésta. La sublimación de los instintos constituye un elemento cultural sobresaliente, pues gracias a ella las actividades psíquicas superiores, tanto científicas como artísticas e ideológicas, pueden desempeñar un papel muy importante en la vida de los pueblos civilizados.”

Ahora bien, este tipo de desplazamientos pueden darse en el orden de lo amoroso, cuando esta transferencia del elemento afectivo se desplaza hacia un líder político. Esta vinculación entre lo afectivo y lo libidinal política ha tenido enorme relevancia en nuestra historia política reciente, y podríamos decir que perdura hasta el día de hoy. Desde hace ya más de veinticinco años que la gran mayoría de los argentinos emite su voto en cada elección pensando en la figura de una persona que ha muerto. Y lo sobresaliente no es sólo el hecho de que tal personalidad no esté con vida, sino que no ha dejado como legado una forma específica de hacer política. Esto se traduce en que cada quien entienda del fenómeno peronista lo que le venga a la gana. Al fin, la práctica política peronista puede entendérsela como el ejercicio maquiavélico por excelencia (sin el más ínfimo sentido peyorativo) de la actividad política.
Pero lo relevante aquí a mi entender es el hecho por el cual el sujeto peronista vota a un partido político sin más raigambre que el lazo afectivo que lo une a su líder, como el soldado que acata sin chistar la orden imperante de su caudillo. Aquí no importan las ideas prefigurativas de tal o cual ideología; sólo tiene lugar el estrecho lazo amoroso que une al votante con Juan Domingo Perón. Considero que éste es otro síntoma de nuestra forma caudillesca de hacer política: éste es un elemento más, de tanto otros, que tiene anudado al espacio político con la persona que lo ocupa; se trata, claro está, de la ‘personificación del poder’. El ‘espacio vacío’ que caracteriza a la democracia para Lefort es llenado, en el caso argentino –por no hacerlo extensivo a una numerosa cantidad de casos latinoamericanos-, mediante una cultura política esencialmente personalista que tiende a responsabilizar al presidente (o a los gobernadores provinciales si hablamos de distritos menores) de toda la práctica gubernativa. Esta cuestión tiene como telón de fondo el desinterés absoluto de la gran mayoría de los sujetos sociales para con la práctica política. Y aquí va otro aspecto más de la sintomatología democrática.


“Dios no ha muerto”

Nietzsche dijo que “Dios ha muerto”; yo, sin embargo, lo veo paseándose por doquier. Donde pongo el ojo veo que la gente habla de Él: “que Alguien nos venga a salvar”… Pareciera que estamos a la espera del Mesías, y que -como la solución no está en que nosotros (todos) nos responsabilicemos de la realidad que vivimos y actuemos como verdaderos sujetos políticos (me disculpo la ironía)-, en algún momento algo debería suceder para que las cosas cambien su rumbo. Hermosa contradicción se erige frente a Friederich en este tipo de situaciones: él nos diría que estos pensamientos son propios de un nihilismo negativista, el nihilismo de los cristianos, de los débiles faltos de esperanza y de vitalidad para afrontar la inevitable muerte de Dios en el ocaso, pero lo que no merece duda es que este es un verdadero síntoma de nuestra cultura política: para los argentinos, y me atrevería a decir que para casi todas las culturas que habitan la superficie terrestre, Dios, aquel espíritu supremo que todo lo controla y al que nosotros mismos le conferimos existencia con bautismo sagrado hace ya varios siglos, todavía no ha visto su muerte. Es quien sigue brindando a gran parte de la humanidad la sensación de ‘completud’ que tan fervientemente buscamos. “Todavía no hemos asesinado a nuestro Padre, recién estamos mirándonos en el espejo y aprendiendo a caminar…”
La muerte de Dios para Nietzsche transforma al mundo social en una realidad humanizante; el ‘más allá’ convive en sus tensiones con el ‘más acá’, en donde no hay más explicaciones que las antropocéntricas. Es esta la razón por la que el “Ojo social” se convierte en el nuevo Dios de las sociedades actuales; vivimos en un mundo teatralmente espectacularizado y perversamente exhibicionista donde la consecuencia más inmediata en el individuo es la supravaloracion de carácter efímero de la estética, la exaltación de la frivolidad y la deificación de la imagen. Alguien hablaba por allí de una “dictadura de la imagen”. Este virtual dictador, el Ojo social, decide qué prácticas son valederas o cuál uso de la estética es el aceptable (o condenable). [En el caso de la sexualidad, estamos viviendo el comienzo del destape de una olla que caracteriza una condición cultural histórica –que atraviesa prácticamente el transcurso de toda la humanidad- en el uso que los hombres y mujeres de todas las culturas dan al sexo. La represión social (proveniente de las más atrofiadas mentalidades cristianas –o religiosas en general-) que condena a la hoguera cultural tal o cual uso de la sexualidad se está poniendo en tela de juicio, y este es uno de los hechos históricos a los que atraviesa el género humano en su búsqueda de libertad.]


La ‘barbarie’ como antítesis de cultura

En la conformación de la identidad, tanto los individuos como los grupos sociales (sin importar el carácter cuantitativo de éste) entran en confrontación con un “Otro”, con otros sujetos sociales a los que se los valoriza –positiva o negativamente según corresponda la situación particular del proceso identificatorio-. En tal caso las valorizaciones morales que se le suscriben a ese Otro pueden pasar de manera casi imperceptible por las mentes de los sujetos. Como dice Nietzsche, “la moral es subterránea”, y es en la <> donde logran verse los síntomas genealógicos de las valorizaciones morales en una sociedad: en Humano, demasiado humano Friederich habla acerca de la “doble prehistoria del bien y del mal (es decir, su procedencia de la esfera de los nombres y de los esclavos), sobre el valor y la procedencia de la moral ascética, esa especia mucho más antigua y originaria de moral, que difiere toto coelo [totalmente] de la forma altruista de valoración.” Entendemos por lo tanto a la moral “…como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad (…), como causa, como estímulo, como freno, como veneno…” .
En el proceso de identificación esta ‘eticidad de la costumbre’ juega un rol fundamental. En el caso del concepto “barbarie” fíjese usted que esta palabra súper cargada de historia ha soportado una cantidad inconmensurable de acepciones, de significados y significantes, hasta convertirse en un concepto polisémico dentro de los amplios parámetros peyorativos de significación. Pero es sorprendente que lo que constituye al bárbaro es la ‘falta’, la falta de cultura. (Como no deseo entrometerme en el debate antropológico acerca de si hay o no mejores o peores, avanzadas o atrasadas culturas –yo creo convincentemente que esta valoración de la cultura es un síntoma de un biologicismo racista que ha sido utilizado para legitimar el exterminio de los pueblos- voy a dar por sentado que este debate ha sido saldado). En este sentido, se puede llamar bárbaro a cualquiera que no comparta nuestra forma de imaginar el mundo; porque en eso consiste a fin de cuentas la realidad, en la imaginación.
En Malestar en la cultura Freud habla de ciertas tendencias o impulsos agresivos que caracterizan un fenómeno que el denomina narcisismo de las pequeñas diferencias; dice que “podemos considerarlo como un medio para satisfacer, cómoda y más inofensivamente, las tendencias agresivas facilitándose así la cohesión entre los miembros de la comunidad” . En el caso de los tiempos “civilizatorios” que caracterizaron la conformación de los estados nacionales latinoamericanos este fenómeno se vio al pie de la letra. A los pueblos indígenas se los clasificó de “bárbaros” y así se logró constituir una ‘otredad’ amenazante y peligrosa que colaboró con el fortalecimiento de una identidad nacional civilizada que siguiera el ejemplo de la razón y el progreso iluministas de las “más avanzadas” naciones europeas.
Pero les tengo una pregunta a todos aquellos abanderados de los ‘valores de civilización’ que erigen como estandarte aún habiendo conducido al fin de la vida a gran parte de la población mundial; enunciada desde la pluma de Nietzsche, “¿Qué ocurriría si en lo <> hubiese también un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un veneno, un narcótico, y que por causa de esto el presente viviese tal vez ‘a costa del futuro’?”


Bibliografía

>>Sigmund Freud; El Malestar en la cultura; Ed. Biblioteca nueva, España, 1945.
>> Sigmund Freud; Psicología de las masas y análisis del yo; Ed. Biblioteca nueva, España 1921.
>>Friederich Nietzsche; La genealogía de la moral; Ed. Alianza, Bs. As., 1998.
>> Friederich Nietzsche; La voluntad de poder; Ed. Edaf, Madrid, 2000