jueves, 17 de marzo de 2011

Corbata, horca moderna...





Ahora comprendo por qué nunca parecióme tentador el uso de la corbata.
¿A quién le seduce entrar cotidiana, voluntariamente, a una horca de manera conciente, deliberada, suicida? Sin duda, a muchos…

Símbolo de status en el reino de lapariencia, esos nudos corredizos se hacen famosos por esconder en su vértice de presión un número en dinero que jaquea cualquier espíritu ético.

Es comprensible quel nivel de ajuste y estrangulación que ejerce aquél objeto sea directamente proporcional a la cantidad de valores quel sujeto está dispuesto a negociar: aunque es cierto, se me dirá, a veces “no queda otra” que dejarse ahorcar. ¡Verdad a medias!, contestaría yo a semejante abandono; ceder voluntariamente la dignidad por vaguedad, por no luchar, por no creer, por no cambiar, es como dejar morir la libertad mes a mes, con cada paga, miserable…

Y yo, que ingenuamente, había creído que los tiempos de la horca quedaban añejos, escondidos en algún baúl de la historia medieval. Hoy ya no se plantan esas enormes eles invertidas en las plazas paquestén al vivo retrato del ojo público, actualmente ese miedo disciplinador se reproduce de modo casi imperceptible en cada vidriera, en cada “ambo”, en cada anhelo de ostentación, en este reino de lapariencia.

Ya no es necesario forzar al inquisidor, arrastrarlo a paso angustioso hacia la horca pública; no hay necesidad del retrato familiar desgarrador que agoniza en llanto la muerte próxima de su ser amado.

Hoy el desdén vital mutó hacia formas inimaginadas: el fino trabajo de seducción material quel sistema capitalista promueve incesantemente ha dejado obsoleto el forzoso esfuerzo de dar muerte al vulgo en la horca. Hoy esa muerte se ha hecho lenta, dolorosa, extensa: el ser humano se da muerte de manera voluntaria: claro está, no es una muerte física: es la muerte de su dignidad, es la fatalidad de su libertad, el abandono de sus sueños, la agonía de sus valores, de su impulso ético…

Con Étienne de La Boétie, ‘’hoy la servidumbre se ha hecho voluntaria’’, yo agregaría, ‘’en la compra de cada corbata…’’

martes, 15 de marzo de 2011

R[evolución]



Sobrevolando las nubes
veo andar
la especie que da muerte al mundo.

Desorientados,
sin saber a dónde,
ni cómo van,
destruyendo todo a su paso,
no dejan la vida andar...

Ahora que los veo desde arriba,
puedo comprender
cuánto desastre
hacen a su alrededor.

Devorando bosques,
ensangrentando mares,
pulverizan la tierra,
ennegrecen el aire,
ni un rastro de vida
sobrevive a su huella.

Y es asi,
la tierra sestá quitando
dencima su peor enemigo,
ya lo dijeron unos piojos,
y ni ellos han sobrevivido.

Yo, desde aquí,
puedo más que hablar.
Construir un mundo diferente,
donde todos seamos hermanxs,
y no haya necesidad de matar...

martes, 15 de febrero de 2011

La Belleza escondida en un Sueño


Hace dos años, cinco meses, tres días, veintitrés horas, dieciséis minutos y 44, 45… 46 segundos descubrí lo magnífico de aventurarse en los sueños de otros. Hasta ayer pensé que era práctica habitual del resto de la humanidad tener la capacidad de filtrarse en el tiempo onírico de los demás, pero hablando con Manu anoche me di cuenta que lo que hasta entonces era algo frecuente y natuaral en mi vida se convertía –de pe a pa- en una extrañeza admirable.

No es que sea algo premeditado, incluso no precisa de concentración en demasía; solo basta proponérselo para que el [ahora] milagro, ocurra…:

Esta mañana por ejemplo, cuando desperté me quedé haciendo fiaca unos minutos {dos horas masomenos}, y antes de caer en el tercer nivel de somnolencia (porque viste que el sueño se divide en niveles…) me dije: “a ver en qué anda Jacqueline… esa amiga nueva que me hice este verano...” ¡Y dio la causalidad que Jacqueline estaba durmiendo! Nada raro de todos modos, en su pachorra santiagueña.

Me escabullí, sigilosamente, trepando por los médanos… ella miraba el mar, con los ojos perdidos, como fijando la mirada en la Nada. Le soplé un colibrí para llamarle latención y ahí fue que me descubrió: me atrapó con esos ojos brillantes el alma desnuda; me fue inevitable empezar a llorar, me encandiló su belleza…

{Me parece increíble que el alma sienta la necesidad incontenible de llorar lágrimas de mar cada vez que nos sumergimos en un instante de Belleza}

La vida de Lucas


Capítulo uno



La vida de Lucas hubiera cambiado para siempre si en lugar de bajarse del colectivo en San Telmo aquella tarde hubiese continuado unas cuántas paradas más justificando su permanencia sentándose al lado de esos hermosos ojos verdes que sescondían en el último asiento del 86 camino al centro.
Pero es algo usual no detenerse ante los impulsos agitados de un corazón que pide a gritos movimientos diferentes o un regalo de gestos corpóreos no premeditados o un amor inesperado.

(Vemos con excesiva frecuencia cómo la vida se mantiene inalterable -y continúa- sin hacer caso a las señales que nos prepara la magia de aquellos días únicos)

Ese día Lucas se arrepintió durante toda la mañana, gran parte de la tarde, y más efusivamente al atravesar la noche y al acariciar su almohada, el no haber siquiera mirádola una vez más antes de abandonar el autolargo. Se arrepintió también, y en esto con un énfasis exacerbado, desmedido y hasta en forma de desobediencia irreverente hacia la vida, el hecho de continuar su vida sin sobresaltos, con una rutina aplastante que le asfixia cada pensamiento de libertad fugaz que pretende asomarse delante de sus ojos.

Fue así que esa noche (otra noche más) se fue a dormir tragando angustia. Fue esa, una desas noches que no te las olvidás más porque hasta lloraste de lo fuerte que se te anudaron las cuerdas vocales a laltura de la garganta.

Los días pasaron y Lucas no olvidaba los inmensos ojos verdes que todavía lo seguían mirando desde el fondo del colectivo: hasta se le atrevían a colarse, sin previo aviso ni permiso, en más de un sueño casi todos los domingos a la madrugada. (A veces pareciera que los domingos están específicamente diseñados para ciertos sentimientos que nada tienen que ver con lalegría efervescente de vivir: entre ellos podemos hallar a la compañera eterna y entrañable: Soledad; a su vecina, la vieja y arrugada señora de sesenta y siete que vive del otro lado de la medianera, la grisácea Nostalgia; a la mogólica denfrente, que lo único que sabe hacer es atragantarle las lágrimas a las almas perdidas: o tal vez más conocida como “La Negra” Angustia. A veces todas éstas señoras se juntan a tomar el té, tipo siete de la tarde, con mayor frecuencia durante todos los abriles de cada año, para hacerle compañía a tod@s aquell@s que no saben muy bien qué hacer con su vida; y como buenas que son para dar consejos y regalar regalos, suelen ofrecernos viajes interminables hacia destinos desconocidos -o suicidas- que seguramente acabarían con la depresión agobiante de los domingos fríos y nublados que tanto nos gustan. Pero esa es la solución más fácil… o la más difícil… no se)

A Lucas estos domingos lo rozaban con naturalidad. Lo venían mirando bien de frente durante sus ásperos veintisiete años de vejez. Y por eso es que continuaba su vida normal, rutinaria, rutinaria y normal, normal y rutinaria… ¡normal! Hasta que se cansó. ¡Se cansó y dijo basta!

Me acuerdo que fue un jueves, sí, un jueves cuando salió del laburo, se miró a si mismo en el espejo del ascensor y lo asfixiaron unas ganas de vomitar casi vomitivas. Salió del ascensor con un impulso nervioso oriundo de sus piernas, como queriendo escaparle a un espejo que sencillamente le mostraba su opaca figura revestida –u oprimida- por su habitual frac, y esa corbata de nudo rígido que con exacta precisión le simbolizaba la servidumbre voluntaria de la que (¿maravillosamente?) le había hablado en algún momento Étienne de La Boét.

Ese jueves decidió, definitivamente, cambiar su vida para siempre…