martes, 15 de febrero de 2011

La vida de Lucas


Capítulo uno



La vida de Lucas hubiera cambiado para siempre si en lugar de bajarse del colectivo en San Telmo aquella tarde hubiese continuado unas cuántas paradas más justificando su permanencia sentándose al lado de esos hermosos ojos verdes que sescondían en el último asiento del 86 camino al centro.
Pero es algo usual no detenerse ante los impulsos agitados de un corazón que pide a gritos movimientos diferentes o un regalo de gestos corpóreos no premeditados o un amor inesperado.

(Vemos con excesiva frecuencia cómo la vida se mantiene inalterable -y continúa- sin hacer caso a las señales que nos prepara la magia de aquellos días únicos)

Ese día Lucas se arrepintió durante toda la mañana, gran parte de la tarde, y más efusivamente al atravesar la noche y al acariciar su almohada, el no haber siquiera mirádola una vez más antes de abandonar el autolargo. Se arrepintió también, y en esto con un énfasis exacerbado, desmedido y hasta en forma de desobediencia irreverente hacia la vida, el hecho de continuar su vida sin sobresaltos, con una rutina aplastante que le asfixia cada pensamiento de libertad fugaz que pretende asomarse delante de sus ojos.

Fue así que esa noche (otra noche más) se fue a dormir tragando angustia. Fue esa, una desas noches que no te las olvidás más porque hasta lloraste de lo fuerte que se te anudaron las cuerdas vocales a laltura de la garganta.

Los días pasaron y Lucas no olvidaba los inmensos ojos verdes que todavía lo seguían mirando desde el fondo del colectivo: hasta se le atrevían a colarse, sin previo aviso ni permiso, en más de un sueño casi todos los domingos a la madrugada. (A veces pareciera que los domingos están específicamente diseñados para ciertos sentimientos que nada tienen que ver con lalegría efervescente de vivir: entre ellos podemos hallar a la compañera eterna y entrañable: Soledad; a su vecina, la vieja y arrugada señora de sesenta y siete que vive del otro lado de la medianera, la grisácea Nostalgia; a la mogólica denfrente, que lo único que sabe hacer es atragantarle las lágrimas a las almas perdidas: o tal vez más conocida como “La Negra” Angustia. A veces todas éstas señoras se juntan a tomar el té, tipo siete de la tarde, con mayor frecuencia durante todos los abriles de cada año, para hacerle compañía a tod@s aquell@s que no saben muy bien qué hacer con su vida; y como buenas que son para dar consejos y regalar regalos, suelen ofrecernos viajes interminables hacia destinos desconocidos -o suicidas- que seguramente acabarían con la depresión agobiante de los domingos fríos y nublados que tanto nos gustan. Pero esa es la solución más fácil… o la más difícil… no se)

A Lucas estos domingos lo rozaban con naturalidad. Lo venían mirando bien de frente durante sus ásperos veintisiete años de vejez. Y por eso es que continuaba su vida normal, rutinaria, rutinaria y normal, normal y rutinaria… ¡normal! Hasta que se cansó. ¡Se cansó y dijo basta!

Me acuerdo que fue un jueves, sí, un jueves cuando salió del laburo, se miró a si mismo en el espejo del ascensor y lo asfixiaron unas ganas de vomitar casi vomitivas. Salió del ascensor con un impulso nervioso oriundo de sus piernas, como queriendo escaparle a un espejo que sencillamente le mostraba su opaca figura revestida –u oprimida- por su habitual frac, y esa corbata de nudo rígido que con exacta precisión le simbolizaba la servidumbre voluntaria de la que (¿maravillosamente?) le había hablado en algún momento Étienne de La Boét.

Ese jueves decidió, definitivamente, cambiar su vida para siempre…

2 comentarios:

Mica dijo...

Amé la descripición de las señoras que se juntan a tomar el té.

Flor dijo...

Simplemente hermoso... Se habrá Lucas reencontrado con esos hermosos ojos verdes?